1 de set. 2022

Inconsciente colectivo y mutación viral. Franco “Bifo” Berardi.

 

Inconsciente colectivo y mutación viral. Franco “Bifo” Berardi

12/2021

¿Podemos hablar del inconsciente colectivo? Desde un punto de vista estrictamente psicoanalítico, el inconsciente es individual, pero en un sentido antropológico más amplio podemos decir que los procesos individuales del inconsciente se nutren y transforman por flujos que provienen de la psicosfera, la dimensión colectiva. De hecho, la psicosfera no es la agregación de flujos individuales, sino el espacio en el que circula la información (Info-esfera) en su forma psicofísica de estimulación nerviosa. Es célebre que el concepto de inconsciente colectivo fue propuesto por Carl Gustav Jung en Uber die Psychologie des Unbewussten (1943)1: «En la medida en que compartimos la psique colectiva de la historia gracias al inconsciente, vivimos espontáneamente en un mundo mitológico de hombres lobo, demonios, magos y demás … porque estas cosas han animado las épocas pasadas como afectos muy intensos … La Ilustración moderna derrocó el pensamiento mitológico para afirmar la primacía de la racionalidad científica. Sin embargo, el legado del pasado no ha desaparecido y encuentra refugio en el depósito común del inconsciente colectivo”. Por tanto, el inconsciente colectivo en Jung se define como «un sedimento de la experiencia y, al mismo tiempo, como un a priori de la experiencia misma, una imago mundi que ha sido modelada a lo largo de eones». (ibídem) Esta definición del concepto de inconsciente colectivo es muy interesante, pero no es lo que nos interesa en este contexto: de hecho, no me interesa la huella de simbolizaciones pasadas, sino la dinámica presente de transformación de la mente en relación con el entorno en el que actúa la mente. No me interesa el legado del simbolismo mitológico y su sedimentación en el inconsciente colectivo, sino la dinámica actual de la mente social, sus premoniciones, predisposiciones, su patología y su evolución. Lo que me interesa del mapeo es el devenir de la psicosfera y el surgimiento de nuevas configuraciones que emergen de esta evolución. Desde el punto de vista del umbral actual, no podemos ver una dirección de desarrollo lineal, un devenir determinista, sino una amplia gama de posibles devenires del inconsciente colectivo. No una patología emergente, sino un abanico de alteraciones, solapamientos, interferencias que nos conducen hacia cambios radicales e impredecibles pero posibles. No creo que podamos esperar transformaciones unívocas y unidireccionales de las modalidades profundas del procesamiento cognitivo. Lo que podemos hacer, mientras la pandemia se desata, es seguir las huellas de la mutación en curso, describir la fenomenología del trauma que causa, para poder delinear los posibles desenlaces, aunque divergentes e incluso en conflicto entre sí, en términos de psicopatología y en términos de remodelación mental y aparición de nuevos paisajes psíquicos.

 

Unheimlich en todas partes

En un texto de 1919 (Das Unheimlich)2, Freud define la experiencia psíquica de algo que es a la vez familiar y extrañamente fuera de lugar: cuando un evento u objeto familiar aparece en un contexto perturbador, fabuloso o aterrador, estamos preocupados, ambiguamente sorprendidos. O, a veces, completamente aterrorizados. Siniestro, perturbador, improbable: las definiciones de esta desconexión de la experiencia y el entorno común son posibles. Para explicar el concepto de lo siniestro (Unheimlich), Freud se refiere a las obras literarias de Ernst Theodor Amadeus Hoffmann donde ocurren detalles extrañamente incomprensibles en un contexto familiar, o donde algo que conocemos bien aparece de repente en un contexto de caos doloroso. Según Freud, los efectos perturbadores a menudo se derivan de la «repetición de lo idéntico», por lo que el concepto perturbador puede vincularse al concepto de compulsión de repetición. Durante la pandemia, lo siniestro se manifestó primero en los márgenes del paisaje existencial y luego invadió toda nuestra experiencia diaria: precauciones, distanciamiento, máscaras de salud, se redefinieron todos los aspectos proxémicos de la interacción social, y continuamente teníamos que insertar detalles desconocidos en la rutina diaria.

 

Aquellos que no han interrumpido o reducido drásticamente sus relaciones sociales se ven obligados a una especie de termometría constante de todos los aspectos de la existencia. Fiebre, tos, estornudos son posibles síntomas de una transformación del estatus social, ya que la persona infectada no solo está marginada en la actividad profesional, sino que debe ser aislada para desactivar la infección. Pedir ser tratado, por tanto, acaba por constituir una suerte de autodenuncia. La difusión de lo siniestro por todo el espacio de la existencia cotidiana sedimenta una especie de extrañeza del entorno y pone en marcha una recombinación en gran parte involuntaria del espacio simbólico. Claramente, la erupción del virus en el discurso público y la experiencia individual ha actuado y actúa como un trauma. Un trauma a largo plazo y de baja intensidad, un trauma congelado que tiene lugar en cámara lenta durante un período de tiempo cuya duración no podemos predecir, mientras el trauma se desarrolle. Desde un punto de vista cognitivo, un trauma puede considerarse como un trastorno temporal de la cadena cognitiva, en primer lugar como un colapso de los automatismos que normalmente regulan la cadena percepción-reacción. Esto es lo que ha sucedido desde febrero de 2020. La explosión del coronavirus hay que analizarla a distintos niveles: en primer lugar se trató de una crisis biológica y médica cuyo peligro (letalidad, consecuencias físicas y neurológicas) puede ser de diferente intensidad y puede tener consecuencias muy graves o menores. Algunos comentaristas piensan que se ha sobreestimado el peligro del coronavirus, ya que la letalidad del virus parece ser bastante baja con la excepción de los muy ancianos y aquellos con enfermedades preexistentes. Pero aquí no me preocupa la letalidad del virus. Lo que enfatizo es que el efecto del virus no se limita a consecuencias estrictamente médicas. A los pocos meses de la pandemia, el virus infectó la infoesfera, saturó la charla diaria, los medios electrónicos y las redes sociales, alimentando el miedo, el pánico y la depresión, convirtiéndose finalmente en un psicovirus. Los efectos catastróficos del ciclo viral ya son visibles en el ámbito económico, donde provocan un paro masivo, una caída dramática de la demanda, interrupciones en el ciclo productivo y sobre todo en la cadena de distribución, con consecuencias de depresión económica a largo plazo. Los efectos psicológicos surgieron muy temprano, ya en la primavera de 2020: una explosión completamente predecible de crisis de pánico, y la propagación de la depresión tanto en la población joven obligada a una drástica limitación de los intercambios emocionales como en los ancianos, que el contagio expone a la hospitalización y una posible muerte en aislamiento. Pero estos son solo los efectos psicológicos determinados inmediatamente por la nueva condición pandémica. Lo que me interesa aquí, sin embargo, es un presagio de las posibles evoluciones de la psicosfera, un presagio de los posibles panoramas venideros del inconsciente. La forma en que la mente humana se adaptará al apocalipsis pandémico está lejos de ser predecible, pero podemos imaginar que el trauma allanará el camino para una mutación psicológica e incluso cognitiva. ¿Seremos capaces de procesar conscientemente esta mutación, o seremos abrumados por ella, incapaces de transformar la experiencia en conciencia del devenir? Mucho depende, naturalmente, de nuestra capacidad para prever y preparar herramientas psicoanalíticas, estéticas y relacionales destinadas a concienciar el trauma y su evolución.

 

El giro psicótico en la era neoliberal

El régimen psicopatológico descrito por Freud se centró en la neurosis, y aparece como «el resultado de un conflicto entre la autoconservación y los impulsos libidinales, un conflicto en el que el Ego sólo gana a costa del dolor y la renuncia». (Freud: El malestar en la cultura). En ese libro, Freud afirma que la civilización moderna se basa en la supresión (negación o desplazamiento) de la libido individual y en la organización sublimadora de la libido colectiva. El malestar es insuperable en el contexto de la civilización, y el propósito del psicoanálisis (si queremos identificar un papel terapéutico del psicoanálisis que no agota su significado) es curar, a través del lenguaje, la anamnesis e interpretación, las neurosis que la civilización produce en nosotros. En la era industrial, el proceso de producción se basaba en la movilización de energías físicas musculares, la expresión del deseo debía ser contenida y reprimida, para que las energías productivas pudieran invertirse en trabajo y acumulación. La represión de la libido juega, por tanto, un papel fundamental en la génesis de la neurosis: reprimir el deseo sexual y la libertad, especialmente para las mujeres, era una condición del orden social. Pero en la última parte del siglo XX, la transformación general de la vida social producida por la tecnología digital cambió el panorama psicológico de tal manera que en cierto punto la descripción freudiana se percibió como algo desactualizado, al menos en términos psicopatológicos. En las últimas décadas del siglo, la neurosis se fue disolviendo como patología dominante, mientras surgía un nuevo cuadro de los trastornos psíquicos. El giro neoliberal, de hecho, provocó una transformación de la infosfera, una creciente intensificación y aceleración de la relación entre la infosfera y la psicosfera, hasta el punto que el cambio se manifestó como una erupción de flujos inconscientes en el escenario visible de la vida social.

 

Baudrillard denunció el exceso de expresividad como efecto patológico esencial del régimen postindustrial de simulación y seducción. Esto lo llevó a criticar el énfasis deleuze-guattariano en el deseo: ¿no es la excitación del deseo la causa esencial de la penetración publicitaria y competitiva del inconsciente colectivo? se pregunta Baudrillard en sus escritos entre finales de los setenta y principios de los ochenta. En lo que a mí respecta, he pensado durante mucho tiempo que el modelo rizomático esbozado por Deleuze y Guattari no debe leerse solo como un mapa para la liberación del deseo, sino también y sobre todo como un relato de la transformación del trabajo, el capital y el propio proceso de significación en la nueva realidad productiva que corresponde a la desregulación neoliberal y la tecnología digital. En esta nueva dimensión el proceso de significación se ha acelerado y complejizado hasta el punto de estallar. La relación entre la esfera inconsciente y la actividad consciente se ha roto: los flujos mediáticos proliferantes invadieron el espacio del inconsciente y al mismo tiempo permitieron que el inconsciente circulara por todas partes, de modo que a finales de siglo el paisaje neurótico descrito por Freud en El malestar en la cultura debe ser reemplazado, ya que la explosión psicótica de los flujos inconscientes ha invadido el espacio de la política, el discurso, la economía y el paisaje mediático. La causa de la patología neurótica es un acto de ocultación: la mente niega (trabaja para negar) el acceso de los contenidos del inconsciente al espacio visible de la conciencia racional, y esta represión produce una sensación de opresión y frustración. Este es el núcleo de la neurosis en el análisis de Freud. En un momento histórico posterior, sin embargo, la aceleración de la semioesfera y la consiguiente intensificación de la estimulación nerviosa expulsaron, a plena luz, los contenidos del inconsciente, de modo que todo el inconsciente queda expuesto. El sufrimiento mental en este punto proviene de un exceso de luz, ya no del oscurecimiento operado por la represión. Proviene de la excitación compulsiva del deseo, no del ocultamiento y la represión. Un exceso de visibilidad, la explosión de la infoesfera y una sobrecarga de estímulos info-nerviosos: este es el origen de una psicosis que domina la psicosfera del semio-capitalismo. No la represión sino la hiperexpresión es el trasfondo del Segundo Inconsciente posfreudiano; así explicamos el cambio en el cuadro psicopatológico prevaleciente: trastornos de atención, dislexia, pánico. Pero ahora, mientras escribo estas páginas, después del año 2020 marcado por la pandemia del coronavirus, me parece que algo está cambiando en la esfera magmática del inconsciente, al punto que me atrevo a decir que quizás estemos traspasando un umbral, y que estamos entrando en la tercera edad de la psicosfera, y por lo tanto estamos asistiendo a una tercera configuración del inconsciente.

 

La tercera psicosfera

En la primavera del encierro global, poco a poco me pareció entender que una ola mutagénica invadía la psicosfera, provocando un cambio lento pero duradero en la percepción proxémica, la sexualidad y la sensibilidad en general. En la breve descripción de la evolución tardomoderna de la psicosfera que acabo de intentar, escribí que a finales del siglo XX los límites entre la conciencia y el inconsciente cambiaron, revelando nuevas dimensiones del sufrimiento mental y preparando la transición de un régimen neurótico a un régimen psicótico de patología. Las bisagras que alguna vez mantuvieron unido el universo de la sensibilidad, el erotismo y la afectividad han comenzado a crujir. Pero ahora el trauma afecta a la empatía y particularmente a la sensibilidad erótica, y no podemos predecir qué tipo de adaptación, qué tipo de remodelación está destinada a ocurrir porque el trauma pone en movimiento mutaciones ambiguas: miedo pero también nuevas formas de expresión del deseo, evitación del contacto y sensibilización fóbica a la piel del otro. No podemos describir completamente la subjetividad que emergerá más allá del umbral de la psicodeflación, porque su formación dependerá en gran medida de la acción cultural, el arte, la poesía y la imaginación psicoanalítica. La imaginación psico (esquizo) analítica es crucial en el umbral y más allá del umbral, porque ayuda a modelar la evolución del inconsciente colectivo, si no se limita a mapearlo o curarlo. ¿Cuál será el efecto duradero de la invasión viral sobre la percepción afectiva y sensual del entorno circundante? El trauma no se manifiesta de inmediato, sino que actúa lentamente; en primer lugar actuó como psicodeflación, ralentizando el ritmo de la vida cotidiana y provocando el regreso del aburrimiento, que en las últimas décadas de aceleración ha sido anulado por la ansiedad. Al mismo tiempo, sin embargo, el trauma ha movilizado completamente la tecnología de comunicación remota, aumentando la dependencia de la mente social de la pantalla y la hiperestimulación digital sin contacto. A lo largo del año 2020 hemos estado en el umbral, en un estado de calma marcado por rápidas erupciones de pánico: relación lejana, el mundo reducido a un apartamento y la esfera pública completamente virtualizada. Sin embargo, en este océano de calma y silencio, los ataques de pánico se han cuadruplicado, según una encuesta publicada por el New York Times en abril de 2020. ¿Qué podemos encontrar más allá del umbral? Pero sobre todo: ¿qué seremos capaces de crear después del umbral? Dado que el inconsciente no es un teatro en el que se representa un drama cuyo despliegue está escrito, sino un laboratorio de cortar y pegar, un laboratorio de sintonía con el ritmo del caos, ¿qué tipo de configuraciones surgirán en el Inconsciente colectivo? Lo que ha comenzado es una deriva, un camino aún no escrito en ningún mapa, estamos entrando en una oscilación: una fluctuación prolongada entre la angustia y el deseo. El imperativo del superyó social podría cambiar de dirección. En el mundo freudiano, el imperativo del Superyó requería una renuncia al impulso (Trieb) y al placer que proviene de la satisfacción inmediata. Por el contrario, el imperativo neoliberal apuntaba a despertar y movilizar el deseo colectivo, y celebraba el disfrute y la agresión competitiva. Invitaba a la búsqueda de una alegría que se escapaba continuamente, sin embargo, estimulando los frenéticos intentos de salir victoriosos, generalmente frustrados por la realidad. ¿Y ahora? El superyó que emerge durante la pandemia se basa en la responsabilidad. Pero, ¿qué significa responsabilidad? ¿Qué está en juego en ser responsable? ¿Respetarnos unos a otros con el espaciamiento? ¿Renunciar al placer y negarse a complacer al otro? ¿Evitar el deseo e interiorizar la culpa? Esta sería una receta para el autismo, la depresión y una violenta acumulación de energía. La tierra íntima y extranjera del Inconsciente explotó durante la era de la conexión global y la hiperexpresividad; luego, a raíz del colapso viral, siguió un silencio crepuscular, un desinflado de energía, y el juego de la culpa mutua invadió el espacio de la sociabilidad. ¿Cómo podemos evitar ahora el pánico y la fobia? Vuelvo a los 80, pienso en los efectos que produjo el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA) en el panorama sexualmente transgresor de los 80: una interferencia provocada por el retrovirus en la imaginación erótica puso en marcha un cambio en la energía sexual que allanó el camino para la escena pornográfica del erotismo conectivo. Desde un punto de vista estético y cultural, el SIDA inaugura la transición a la antropología de la virtualización: la conectividad separa el deseo del placer, establece un ciclo de excitación sin plenitud conjuntiva. Sin embargo, ese síndrome afectaba solo a una parte marginal del panorama social y el panorama erótico: solo el intercambio de sangre podía causar la infección. Ahora nos encontramos en una situación diferente: el intercambio de saliva, la proximidad de los cuerpos, la exposición al aliento del otro pueden tener efectos patógenos: una sensibilización fóbica generalizada a la piel del otro puede infiltrar al inconsciente individual envenenando las fuentes mismas de esa conspiración que hace la vida placentera.

 

Podemos delinear un escenario de psico-mutación hacia un régimen autista de la relación afectiva, y una consecuente alteración de la imaginación erótica. La sospecha mutua precede y obstaculiza el deseo mutuo. Eventualmente internalizando una sensibilidad fóbica. Una reacción cutánea xenopática abriría la puerta a la depresión y la agresión.

https://elpsicoanalitico.com.ar/inconsciente-colectivo-y-mutacion-viral/

Acerca de la naturaleza del inconsciente colectivo en una tercera fase quizás terminal. Bifo Berardi.

 

El escritor, filósofo y activista italiano Bifo Berardi pregunta acerca de la naturaleza del inconsciente colectivo en una tercera fase quizás terminal

‘El tercer inconsciente’, el horizonte inquietante de la extinción, de Franco Bifo Berardi

7/03/2022 – 

Eduardo Almiñana

VALÈNCIA. Ahora que el demonio de la guerra que nos acompaña desde nuestros orígenes hunde sus dientes hasta las encías en Ucrania, la sensación se agudiza, el rumor cobra una mayor intensidad, los músculos de la cabeza se tensan: el psicomundo colectivo de este animal que ha evolucionado lo suficiente para desarrollar ingenios con los cuales borrarse a sí mismo de la faz del planeta que lo vio nacer en un charco cálido, se encuentra en una nueva fase, experimenta una nueva transformación. Si tuviésemos que definir esta era, probablemente haríamos alusión a la velocidad —a la aceleración—, a la incertidumbre y a la desesperanza. Esta es la época del asumir el daño irreversible al planeta: no se trata ya de evitarlo, sino de paliarlo en la medida de lo posible, y confiar en no vivir lo suficiente para sufrir las peores consecuencias. 

Sin duda la historia nos dice que en muchas ocasiones lo que dábamos por supuesto no se cumple por la irrupción de un factor que por desconocido, habíamos dejado fuera de la ecuación de nuestro análisis. El problema es que en los últimos años, la impresión es que ese factor dista mucho de ser una disrupción con capacidad de sacarnos de la trayectoria de colisión con las consecuencias de nuestros actos: la penúltima gran sorpresa fue una pandemia —si bien es cierto que había voces que llevaban años avisando de esta posibilidad, la mayoría no sabía nada de eso—, y la última, un sorprendente retorno a la retórica de la Guerra Fría tras el inicio de una nueva guerra en Europa. La verdad es que esta tampoco la vimos venir, y ahora, en cosa de diez días, nos acostamos pensando que realmente podría ocurrir que alguien se pusiese nervioso y apretase el botón rojo, y a partir de ahí, pues el fin. Sin alarmismo, con la resignación de quien asume que el ser humano es capaz de la estupidez final: podría pasar.

Pero vaya, probablemente nada de esto pase, todo el mundo tiene mucho que perder. Puede que esta forma de escribir tenga que ver con ese ánimo en una nueva fase que decíamos antes, con ese zumbido del temor a lo inédito que tan bien define el escritor, filósofo y activista italiano Franco ‘Bifo’ Berardi en El tercer inconsciente. La psicoesfera en la época viral, un ensayo con voluntad encomiable de entender hacia dónde se dirigen nuestras mentes en estos albores del milenio que ha publicado la bonaerense Caja Negra Editora con traducción de Tadeo Lima. Dice así, nada más comenzar [en el primer párrafo]: “Este libro explora la mutación en curso del inconsciente social. Mi punto de observación es el que habitamos actualmente: el umbral histórico marcado por la pandemia viral y el colapso catastrófico del capitalismo. Desde este umbral podemos ver delante de nosotros, de manera clara e irrefutable, un horizonte de caos, agotamiento y tendencia a la extinción”. Y eso que Berardi no contaba con la amenaza de una Tercera Guerra Mundial. 

Para el autor, han existido dos etapas del inconsciente colectivo, que más que un teatro en el que nuestro cerebro ofrece funciones de lo que no queremos ver de un modo consciente, es un laboratorio movido por una fuerza creativa: la primera de estas etapas tendría que ver con la concepción del inconsciente como el lugar en el que habitaban las pasiones oscuras que reprimíamos en sociedad. La segunda etapa la explica Berardi de un modo tan claro, que lo mejor es reproducirlo: “El entero sistema de los medios de comunicación ha sido movilizado para expandir las promesas de disfrute, pero esa aceleración del flujo de información ha sobrecargado la capacidad de atención humana, posponiendo para siempre la posibilidad del placer, que terminó por volverse inalcanzable. Este régimen social llevó a la configuración de un nuevo régimen psicopatológico, el cual ha caracterizado a las últimas décadas: la era del pánico, la depresión y, en última instancia, la psicosis”.

Menudo retrato. La tercera etapa del inconsciente, advierte el autor, no está definida, aún depende de nosotros, aunque ya podemos vislumbrar algunas de sus formas: cree el autor que tendemos hacia la inmunización a la emoción, que se está sufriendo demasiado —a nivel médico, pero sobre todo económico, social y mental—, y que estamos tratando de evitar empatizar para así ahorrarnos aún más sufrimiento. A esto se refiere como una especie de autismo y alextimia psicosocial. Otra de las características que definen este tercer inconsciente es el agotamiento, y aquí hay que detenerse un momento. Ese agotamiento, como el sufrimiento, se da en varios niveles: asistimos al agotamiento de los recursos —de los que necesitamos y podemos extraer ahora, porque sin duda existirán enormes depósitos de petróleo a los que simplemente no podemos acceder—, pero también, y especialmente, al agotamiento en nuestras propias carnes y de nosotros mismos. El agotamiento es, con toda seguridad, el rasgo que lo iguala todo. 

Estamos agotados, cansados de la deriva, de las crisis económicas globales, de las noticias únicamente terribles o apocalípticas, de la tensión política, por supuesto de los virus y del dirigirnos sin frenos hacia un mundo de escasez, necesidad y migraciones masivas. En Occidente, además, estamos cansados y viejos. Nuestras sociedades no tienen hijos. Para tener hijos en la era de la ansiedad, de las pésimas condiciones laborales con sueldos insuficientes, de los horarios neoliberales y de los alquileres más allá de las nubes, hay que armarse de valor, y además, tener buena fortuna y que te vengan bien dadas. Pero además, a este tercer inconsciente lo define el horizonte de la extinción. Con ello Berardi no afirma que nos vayamos a extinguir de forma inminente, pero sí que en lugar de vivir hacia y por un mañana prometedor, como ha ocurrido en otras épocas, ahora no tenemos ninguna confianza en el mañana, y no solo eso: estamos intentando —en realidad no demasiado para lo que deberíamos estar haciendo— que ese mañana no llegue. Es una gran diferencia. Por suerte, o por desgracia, todo cambia. Así que quién sabe.

https://valenciaplaza.com/el-tercer-inconsciente-el-horizonte-inquietante-de-la-extincion-de-franco-bifo-berardi

Privatizaciones y gasificación de Europa. Caos económico y salida política

 

Privatizaciones y gasificación de Europa.  Caos económico y salida política.

Espacioindependiente nº 473, jueves 1 de septiembre, 2022

http://elespacioindependiente.wordpress.com/:f:info.espacio.independiente

 

La privatización de empresas públicas y de sectores económicos enteros, como el caso del sector energético en Europa, ha puesto a la Unión Europea ante una situación imposible. Han empeorado las cosas después del COVID y de la guerra de Ucrania. Con anterioridad a esta crisis total, se hablaba de problemas estructurales en nuestra sociedad, se decía que algo iba mal o muy mal; y ahora lo que va muy bien es el brutal enriquecimiento de los especuladores a costa de la pérdida del poder adquisitivo de la mayoría social como consecuencia de la inflación-especulación desatada.

No podemos entender la multiplicación de precios al consumo en la mayor parte de países del mundo sino y a partir de la subida general del precio de las energías. El origen de este movimiento hay que buscarlo, entre otros factores, en las privatizaciones generalizadas e impuestas por la Troika, tal y como se denomina al triunvirato de poderes que rigen la economía mundial dependiente de los EEUU, a saber: el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio. 

Tratando de evitar la reducción de las tasas de ganancia del capital, la Troika entendió que la venta masiva de bienes de los Estados al capital privado podría abrir un periodo de renovación para la mayor acumulación de capital. La Unión Europea, al servicio de los planes de la Troika, no ha dejado de lanzar ofensivas privatizadoras tanto sobre Estados miembros, cómo con los que mantiene relaciones privilegiadas.

Durante décadas la recomendación a los Estados, por parte de quienes manipulan la economía mundial al servicio del gran capital, ha sido la de privatizar, privatizar y privatizar…

Cuando en medio de la sequía más fuerte que se conoce desde que se tienen registros, se informa de que las grandes empresas eléctricas privatizadas manejan a su antojo el vaciado de los pantanos para producir la energía eléctrica más barata, vendiéndola como la más cara, es hora de relacionar especulación con las privatizaciones. Todo gracias a las políticas de Bruselas, que permite facturar a las empresas toda la energía que producen al precio de la que les resulta más cara, como es ahora la energía producida con gas. También fue gracias a las políticas de Bruselas como se estableció la condición de las privatizaciones en cadena, generando un verdadero oligopolio en sectores como el eléctrico, el energético y otros; de tal manera que hoy en día fijan sus precios especulativos con la complicidad de los gobiernos.

Hemos de remontarnos a 1996, el último año del largo gobierno de Felipe González que comenzó en 1982, para encontrar el punto de partida de las políticas de privatización en España al dictado de la Unión Europea. Se puso a precio de regalo importantes empresas públicas como Enagas, Repsol, Gas Natural… Privatizaciones que continuaron de forma general a partir de 1997 con el gobierno de Aznar. Como evidencia de qué es lo que se buscaba con esas privatizaciones, hemos de poner en claro que entre los años 2000 y 2018 el precio del KW/h aumentó un 150%, pasando de 30 a 75 euros. Ahora anda por los 450.

El gobierno del PP de Aznar extendió el plan de privatizaciones a otras empresas y sectores, como fue el caso de Telefónica, Argentaria, Tabacalera, Red Eléctrica, Iberdrola, Aena…, apoyado en la exigencia de la Unión Europea del cumplimiento en materia de déficit público, que establecieron los planes de Maastricht.

Zapatero por el PSOE, y Rajoy por el PP continuaron con esa primera oleada de privatizaciones de grandes empresas públicas. Se vendieron dichas empresas muy por debajo de su valor real, y a puerta cerrada, de acuerdo con los compradores, estableciendo así verdaderos monopolios privados de tipo clientelar; entregando la mayoría de las acciones a grupos financieros internacionales y fondos buitre. Esa ofensiva no ha acabado y trata de barrer con todo lo público, tal como sucede ahora con la sanidad, con el agua, con las viviendas públicas y con las mismas pensiones públicas en beneficio exclusivo de los banqueros.

Los monopolios, al calor de la crisis actual, han puesto de manifiesto su capacidad para subir indefinidamente los precios, generando costos imposibles para pequeñas y medianas empresas, así como para millones de trabajadores, que por ello exigen la subida de salarios y pensiones en relación con la subida de los precios. Una ola general de huelgas se ha desatado en Inglaterra, como no se conocía desde hace cuarenta años. El poder y complicidad de los oligopolios y los gobiernos ha multiplicado la corrupción política e institucional, hasta tal punto que la misma Comisión Europea se ha visto obligada a hablar de la necesidad de proceder a la “intervención de los precios del mercado eléctrico”, del gas y de los combustibles en general, acusando a Putin de ser el responsable de la crisis. Pero son los oligopolios los que han triplicado sus beneficios económicos.

En reciente reunión en Alemania del gobierno tripartito del canciller Scholz, a la que fue invitado el presidente español, Sánchez, el primero puso el grito en el cielo manifestando que “el precio del mercado energético no tiene sentido y no está justificado”. Sánchez fue invitado a la reunión en tanto que ha tratado de aportar propuestas alternativas a la crisis energética, como ha sido el caso de la “excepción ibérica”, lo que permite parcialmente no vincular el precio del kilovatio al del gas, o la propuesta de ampliación del gasoducto que quedó parado hace años en los Pirineos por falta de presupuesto (Proyecto MidCat). En España existe la posibilidad de regasificación del 30% del gas que necesita Europa. El gasoducto que se pretende retomar para vincular, gasísticamente hablando, Europa desde Portugal hasta las fronteras rusas, también podría transportar hidrógeno combustible, para lo que se exige la financiación pública europea.

Hay que señalar que todos los partidarios del gas licuado buscan cómo incrementar el negocio si cabe, ya que puede acabar el suministro de gas barato a Europa desde Rusia, que ahora supone el 40% del consumo, y ello desde este mismo invierno. La misma presidenta de la Comisión de la UE ha convocado una reunión extraordinaria “para intervenir el mercado eléctrico frente al chantaje ruso”. Ahora va a resultar que Putin es también el culpable de las privatizaciones de las empresas energéticas de la UE y del oligopolio constituido. Este conflicto también se debatirá el próximo martes en el Senado, tratando de convertirlo en un debate exclusivo entre partidos privatizadores que promueven la corrupción clientelar.

La “intervención” del mercado energético está sobre la mesa de las principales instituciones, y debería abarcar precios y empresas que conforman el oligopolio energético. Tratan de reordenar su negocio con financiación pública sobre el gas, que en buena parte aportará los EEUU a muy alto precio y de muy baja calidad.

 Los partidarios del socialismo y de la república entendemos que acabar con el caos energético pasa por revertir las privatizaciones acabando con los oligopolios, exigiendo la expropiación de dichas empresas, su necesaria nacionalización sin indemnización para los especuladores, preservando los derechos de los pequeños accionistas. Expropiación que exige una nueva dirección con el control obrero y sindical.

La movilización convocada en defensa de las pensiones públicas del próximo 15 de octubre, debe extenderse a todo lo público, por la expropiación del oligopolio eléctrico, de gas y combustibles, haciendo frente a la crisis económica y política del régimen de la monarquía. La defensa de todo lo público debe impulsar la exigencia de un referéndum legal y vinculante sobre monarquía o república.