El escritor, filósofo y activista italiano Bifo
Berardi pregunta acerca de la naturaleza del inconsciente colectivo en una
tercera fase quizás terminal
‘El tercer inconsciente’, el horizonte inquietante de la
extinción, de Franco Bifo Berardi
7/03/2022 –
Eduardo Almiñana
VALÈNCIA.
Ahora que el demonio de la guerra que nos acompaña desde nuestros orígenes
hunde sus dientes hasta las encías en Ucrania, la sensación se agudiza, el
rumor cobra una mayor intensidad, los músculos de la cabeza se tensan: el
psicomundo colectivo de este animal que ha evolucionado lo suficiente para
desarrollar ingenios con los cuales borrarse a sí mismo de la faz del planeta
que lo vio nacer en un charco cálido, se encuentra en una nueva fase,
experimenta una nueva transformación. Si tuviésemos que definir esta era,
probablemente haríamos alusión a la velocidad —a la aceleración—, a la
incertidumbre y a la desesperanza. Esta es la época del asumir el daño
irreversible al planeta: no se trata ya de evitarlo, sino de paliarlo en la
medida de lo posible, y confiar en no vivir lo suficiente para sufrir las
peores consecuencias.
Sin
duda la historia nos dice que en muchas ocasiones lo que dábamos por supuesto
no se cumple por la irrupción de un factor que por desconocido, habíamos dejado
fuera de la ecuación de nuestro análisis. El problema es que en los últimos
años, la impresión es que ese factor dista mucho de ser una disrupción con
capacidad de sacarnos de la trayectoria de colisión con las consecuencias de
nuestros actos: la penúltima gran sorpresa fue una pandemia —si bien es cierto
que había voces que llevaban años avisando de esta posibilidad, la mayoría no
sabía nada de eso—, y la última, un sorprendente retorno a la retórica de la
Guerra Fría tras el inicio de una nueva guerra en Europa. La verdad es que esta
tampoco la vimos venir, y ahora, en cosa de diez días, nos acostamos pensando
que realmente podría ocurrir que alguien se pusiese nervioso y apretase el
botón rojo, y a partir de ahí, pues el fin. Sin alarmismo, con la
resignación de quien asume que el ser humano es capaz de la estupidez final:
podría pasar.
Pero vaya, probablemente nada de esto
pase, todo el mundo tiene mucho que perder. Puede que esta forma de escribir
tenga que ver con ese ánimo en una nueva fase que decíamos antes, con ese
zumbido del temor a lo inédito que tan bien define el escritor, filósofo y
activista italiano Franco ‘Bifo’ Berardi en El
tercer inconsciente. La psicoesfera en la época viral, un
ensayo con voluntad encomiable de entender hacia dónde se dirigen nuestras
mentes en estos albores del milenio que ha publicado la bonaerense Caja Negra
Editora con traducción de Tadeo Lima. Dice así,
nada más comenzar [en el primer párrafo]: “Este libro explora la mutación en
curso del inconsciente social. Mi punto de observación es el que habitamos
actualmente: el umbral histórico marcado por la pandemia viral y el colapso catastrófico
del capitalismo. Desde este umbral podemos ver delante de nosotros, de manera
clara e irrefutable, un horizonte de caos, agotamiento y tendencia a la
extinción”. Y eso que Berardi no contaba con la amenaza de una Tercera Guerra
Mundial.
Para el autor, han existido dos etapas del inconsciente
colectivo, que más que un teatro en el que nuestro cerebro ofrece funciones de
lo que no queremos ver de un modo consciente, es un laboratorio movido por una
fuerza creativa: la primera de estas etapas tendría que ver con la concepción
del inconsciente como el lugar en el que habitaban las pasiones oscuras que
reprimíamos en sociedad. La segunda etapa la explica Berardi de un modo tan
claro, que lo mejor es reproducirlo: “El entero sistema de los medios de comunicación
ha sido movilizado para expandir las promesas de disfrute, pero esa
aceleración del flujo de información ha sobrecargado la capacidad de atención
humana, posponiendo para siempre la posibilidad del placer, que terminó por
volverse inalcanzable. Este régimen social llevó a la
configuración de un nuevo régimen psicopatológico, el cual ha caracterizado a
las últimas décadas: la era del pánico, la depresión y, en última instancia, la
psicosis”.
Menudo retrato. La tercera etapa del inconsciente, advierte el
autor, no está definida, aún depende de nosotros, aunque ya podemos vislumbrar
algunas de sus formas: cree el autor que tendemos hacia la inmunización a la
emoción, que se está sufriendo demasiado —a nivel médico, pero sobre todo
económico, social y mental—, y que estamos tratando de evitar empatizar para
así ahorrarnos aún más sufrimiento. A esto se refiere como una especie de
autismo y alextimia psicosocial. Otra de las características que definen
este tercer inconsciente es el agotamiento, y aquí hay que detenerse un
momento. Ese agotamiento, como el sufrimiento, se da en varios niveles:
asistimos al agotamiento de los recursos —de los que necesitamos y podemos
extraer ahora, porque sin duda existirán enormes depósitos de petróleo a los
que simplemente no podemos acceder—, pero también, y especialmente, al
agotamiento en nuestras propias carnes y de nosotros mismos. El agotamiento es,
con toda seguridad, el rasgo que lo iguala todo.
Estamos agotados, cansados de la deriva, de las crisis
económicas globales, de las noticias únicamente terribles o apocalípticas, de
la tensión política, por supuesto de los virus y del dirigirnos sin frenos
hacia un mundo de escasez, necesidad y migraciones masivas. En Occidente,
además, estamos cansados y viejos. Nuestras sociedades no tienen hijos. Para
tener hijos en la era de la ansiedad, de las pésimas condiciones laborales con
sueldos insuficientes, de los horarios neoliberales y de los alquileres más
allá de las nubes, hay que armarse de valor, y además, tener buena fortuna y
que te vengan bien dadas. Pero además, a este tercer inconsciente lo define el
horizonte de la extinción. Con ello Berardi no afirma que nos vayamos a
extinguir de forma inminente, pero sí que en lugar de vivir hacia y por un
mañana prometedor, como ha ocurrido en otras épocas, ahora no tenemos ninguna
confianza en el mañana, y no solo eso: estamos intentando —en realidad no
demasiado para lo que deberíamos estar haciendo— que ese mañana no llegue. Es
una gran diferencia. Por suerte, o por desgracia, todo cambia. Así que quién
sabe.
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